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Así influyó el COVID-19 en la popularidad de los líderes latinoamericanos




En un principio, América Latina estaba entre las regiones exentas de coronavirus, cuatro meses después ya es la región más golpeada y se encuentra en el ojo del huracán de la crisis sanitaria global, con casi un millón de contagios y más de 50 mil muertes. ¿Cómo han reaccionado sus gobernantes? ¿Qué tan bien lo han hecho?

Es complejo evaluar con un solo criterio el desempeño de los presidentes latinoamericanos ante la multiplicidad de contextos y factores en las 20 naciones que integran la región; sin embargo, es posible acercarnos a un diagnóstico con base en la calificación que han otorgado los ciudadanos que habitan el territorio enmarcado por el río Bravo y la Tierra del Fuego.

El Informe sobre Imagen e Influencia Presidencial en América Latina, publicado en mayo por la organización sin fines de lucro Directorio Legislativo, ofrece un panorama de cómo el COVID-19, un brote que acapara la agenda política de los líderes, ha influido en la aprobación de cada uno, cuando la pandemia ha puesto al descubierto otros problemas sociales endémicos: pobreza, hambre, sistemas de salud insuficientes, desempleo y una fuerte desigualdad de derechos y en el reparto de la riqueza.

Desde la confirmación de los primeros casos de COVID-19 en América Latina a fines de febrero, la mayor parte de los gobiernos de la región reaccionó con la imposición de estrictas medidas de aislamiento, que incluyeron toques de queda y arrestos a quien desobedezca la cuarentena; otros navegan en la incredulidad de los alcances del brote, lo que ha expuesto a millones al riesgo de contagio.


Todas estas decisiones influyen directamente en la opinión de los gobernados respecto a sus representantes y en el nivel de apoyo que cada uno tiene. En algunos casos se fortalece y en otros los pone en una situación de aceptación crítica.

Así, el informe de Directorio Legislativo encontró un fuerte aval a la gestión de la crisis sanitaria del gobierno del izquierdista Alberto Fernández, de Argentina; pero también halló un liderazgo desgastado en Brasil, con el ultraderechista Jair Bolsonaro, enfrentado a las medidas de cierre.

El COVID-19 ha resultado conveniente al presidente conservador de Chile, Sebastián Piñera, quien después de un duro 2019 en el que su popularidad se desplomó a un dígito, tras la ola de movilizaciones sociales, su respuesta le ha valido para reposicionarse, aunque aún se encuentra por debajo del 20 por ciento.

De acuerdo con el ranking citado, un promedio de sondeos sobre la imagen política


en tiempos de COVID-19 eleva en la cúspide al joven presidente salvadoreño, Nayib Bukele, con hasta 96 por ciento de aprobación.
Imagen presidencialGráfico: La Razón

Bukele se ubica en esta holgada posición pese a las críticas dentro y fuera de su país, por sus modos de administrar la crisis de salud, que en su país ha enfermado a 2 mil 395 personas.

El pasado 18 de mayo, el Tribunal Supremo en San Salvador ordenó suspender el estado de emergencia decretado por el mandatario sin aprobación del Congreso.

Además, la organización Human Rights Watch condenó en abril “las condiciones inhumanas” a las que el gobierno de Bukele sometió a centenares de presos en las cárceles, bajo la justificación de disuadir una nueva ola de homicidios presuntamente orquestados desde los centros penitenciarios que albergan a miembros de pandillas.

El presidente también autorizó a sus fuerzas armadas el “uso de la fuerza letal” como medida de protección de los salvadoreños, en caso de sentirse amenazados por estas organizaciones delictivas, una condición que, de acuerdo con la ONG, agrava el nivel ya arraigado de violencia.

“El bloqueo que ordenó (el presidente Bukele) implica mantener (a personas en reclusión) en condiciones inhumanas que pueden equivaler a tortura o trato o castigo cruel, inhumano o degradante. Dada la pandemia de COVID-19, las cárceles en El Salvador, como en otros lugares, son un epicentro potencial para un brote, y el cierre de la administración de Bukele ha exacerbado un riesgo ya mayor", dijo en abril José Miguel Vivanco, director para las Américas de Human Rights Watch.

“El discurso del presidente Bukele de hacer frente al crimen para abordar 77 asesinatos en cuatro días es, irónicamente, poner más vidas en riesgo de un posible contagio, dentro y fuera de los centros de detención”, agregó el jefe de la ONG.

En el fondo del ranking del Directorio Legislativo, el presidente de Ecuador, Lenín Moreno, paga la factura que le propinó el colapso del sistema funerario, constantemente denunciado a través de múltiples imágenes de muertos en las calles, cubiertos apenas con sábanas o cartones, que obligó a su gobierno a crear una fuerza de tarea que auxiliara en la demanda, cuando Guayaquil, el centro económico del país sucumbía en medio de la pobreza ante una pandemia que tomó por sorpresa a todos.

Moreno, cuya fuerza política busca evitar que los partidarios de su antiguo aliado, Rafael Correa, le arrebaten el poder en las elecciones de 2021, enfrenta el rechazo de 64 por ciento de ecuatorianos.
¿IZQUIERDISTAS O DERECHISTAS? ¿QUIÉN LO HA HECHO MEJOR?

En términos muy generales, una minoría de países latinoamericanos, al menos cinco, tiene un gobierno progresista; el resto se debate entre la derecha y el centro.

La perspectiva ideológica con que se administra cada país generalmente repercute en la manera de asumir políticas públicas, de relacionarse con la población o con otras naciones. ¿Cómo han influido los colores gobernantes en nuestra región?

Para el politólogo latinoamericanista Armando Chaguaceda no existe una norma que indique con claridad que los de un lado lo han hecho mejor que los del otro.

“Independientemente de la naturaleza del régimen, hay países con alta y baja capacidad de recursos. China tiene una alta capacidad estatal, burocracias, instituciones, recursos, pero no es un régimen democrático.

"Japón o Alemania también gozan de esta alta capacidad: infraestructura, tecnología, pero son sistemas democráticos”. Estas diferencias son igualmente visibles en América Latina.

El también columnista en La Razón distingue cuatro cuadrantes que permiten entender que la medición del desempeño de una crisis como la del COVID-19 es más compleja que partir de la inclinación política.

Para explicar mejor el planteamiento del experto, dibujemos una cruz: la línea horizontal es la que mide la capacidad estatal y la línea vertical, el nivel de democracia.

En el cuadrante I, en el que se combina la alta capacidad estatal con la alta capacidad democrática tenemos a países como Alemania y Japón. Y en un segundo cuadrante, señala, en el que convergen la alta capacidad estatal con un bajo nivel democrático, tendremos a China.

En el número III, “un cuadrante de baja capacidad estatal con alto nivel de democracia tenemos a algunos países de América Latina”. Pero también, en la misma región, habrá naciones que se ubiquen en el último cuadrante, el peor escenario: “baja capacidad estatal y bajo nivel democrático: aquí entran las dictaduras del tercer mundo, como Venezuela”.

Capacidad y nivel de democracia.Gráfico: La Razón

Chuaguaceda pone a Costa Rica como un punto excepcional, “pues es un país latinoamericano, centroamericano y caribeño”, donde los contextos sociales y políticos suelen ser difíciles, “pero es un país que ha demostrado que con un buen diseño institucional, que viene desde la década de 1950 ha construido un Estado con capacidades importantes, dotado de bienestar, seguridad social y alimenticia”.

De acuerdo con la propia Organizción Mundial de la Salud, Costa Rica tiene la tasa de letalidad más baja de COVID-19 en la región, además registra más casos recuperados que casos activos. No hay transmisión comunitaria registrada y las infecciones diarias han disminuido significativamente (se han mantenido por debajo de 10 casos en las últimas semanas).

A principios de mayo, había menos de media docena de pacientes infectados en Unidades de Cuidados Intensivos en todo el país.

Reconocida mundialmente como una democracia fuerte que promueve los derechos humanos, el desarrollo sostenible y la protección del medio ambiente, Costa Rica abolió su Ejército y dedicó esos recursos a la educación pública. La pandemia de COVID-19 ha planteado quizás el mayor desafío para esos logros históricos en la historia de la nación, por lo que, a pesar de los bajos números y las buenas noticias, las autoridades no reclaman la victoria.

El especialista en el estudio de los procesos de democratización en Latinoamérica apunta que en la respuesta de comprender la mejor respuesta a la contingencia sanitaria, más que ver las acciones personales de algunos líderes, es importante aproximarse a partir de una análisis más amplio.

“Todo el mundo analiza líderes por la tradición presidencialista y personalista que tenemos, yo preferiría más revisar las instituciones y procesos que los rostros”. En América Latina hay “mandatarios con distinta filiación ideológica, la mayoría tienen en común que han sido electos democráticamente. Sólo donde hay democracia puedes hacer sondeos, puede haber críticas, pero hay bastante información de que las instituciones han funcionado bien” como un contrapeso a cualquier decisión presidencial.

Y cita el ejemplo del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, quien ha tenido “una pésima gestión de la pandemia, con una visión afín a grupos conservadores, de desprecio a la evidencia científica y de minimizar la dimensión sanitaria”, pero, por encima de todo esto, las instituciones del gigante latinoamericano han pesado más.

“Te puede no gustar Bolsonaro, pero Brasil es una democracia que frena los peores instintos de su presidente y donde además te enteras de todo lo que pasa. Si Bolsonaro hace una declaración infundada, el video sale a la luz y lo publica el Tribunal Supremo, eso, por ejemplo, es impensable en Venezuela o Nicaragua”, donde todas las instituciones están cubiertas con el grueso manto presidencial.
Niveles de confianza en la gestión gubernamentalGráfico: La Razón
¿SALUD O CRECIMIENTO ECONÓMICO?

Elegir entre proteger la salud de la ciudadanía y procurar la economía, ya de por sí adolorida en América Latina, ha sido un dilema que enfrentan todos los gobiernos, ¿existe una manera equilibrada que permita atender ambos aspectos?

En entrevista para La Razón, la profesora en política exterior de la UNAM, Claudia Serrano, consideró que esta disyuntiva se hace más compleja cuando la pandemia aterriza en un continente que hasta hace muy poco vivía un estallido social.

“Hay quienes tratan de dar prioridad a la parte económica, al no poder recuperar el dinamismo, otros, han intentado marchar de la mano entre la parte económica y sanitaria”, pero el factor de endeudamiento, un común denominador en América Latina ha influido de manera desfavorable en algunos de los países más afectados por la pandemia, indica la académica.

“En Ecuador, el presidente Lenín Moreno decidió priorizar el pago de la deuda externa con el FMI (Fondo Monetario Internacional), eso generó que se profundizaran los recortes en materia sanitaria. Éste es uno de los países que genera mayor preocupación y las instituciones internacionales financieras, más allá de generar otro tipo de condiciones de deuda (dadas las circunstancias) recibe de manera abierta el pago y luego declara que ‘podría’ haber condiciones”, observa Serrano.

“En otra lógica tenemos a Brasil, un Estado que gestiona un proceso similar al de Donald Trump”, a quien le es más importante mantener la economía reabierta, para evitar la recesión, que el cuidado de la salud. “Y aunque el sector Salud de este país ha sido de los que más medidas ha tomado a nivel gubernamental, el hecho de que su presidente, Jair Bolsonaro, se tome muy a la ligera los alcances del virus (al que calificó recientemente como “una simple gripe”), sus posturas debilitan las medidas adoptadas”.

La experta en estudios latinoamericanos opina que el desafío de la región es asumir “una postura más intersectorial, con una mejor gestión del presupuesto, que no omita que lo económico puede afectar a la salud, que la salud afecta al trabajo y que el trabajo afecta la cotidianidad”.

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